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Las Lámparas


Las 10 Vírgenes- Capítulo 3 de 12

La lámpara es un pequeño utensilio. Relacionado directamente a la vida del hombre y a sus actividades,porque cuando se aleja el sol y cae el manto de oscuridad que quiere detenerlo todo, es solamente por medio de las lámparas que se continúa andando a pesar de las tinieblas. La “lámpara” es un pequeño envase que existe para poder estar con luz en el lugar donde el hombre está y alumbrar en los lugares en los cuales él se mueve. Sin ese elemento el hombre es como un ciego, impotente para avanzar o desarrollarse en medio de las tinieblas. La lámpara estará junto a él cuando sea de noche para mostrarle donde pisa, para que vea el camino. Es fundamental tener una lámpara si es que uno debe moverse en la noche, pues es lo único que permite andar seguro cuando reinan las tinieblas.

Nuestras diez vírgenes tomaron cada una su lámpara, lo que indica que había oscurecido o estaba por oscurecer. ¡Qué parecido con los tiempos que estamos viviendo! Sabemos que el Señor vendrá a la medianoche por los muchos testimonios que ya hemos escuchado; pero ¿quién puede decir qué hora es hoy en el reloj de los siglos? ¿Podemos decir si aún hay claridad, si ya ha oscurecido o si estamos cerca de la medianoche? El clamor del Espíritu es con urgencia cada vez mayor en todas partes del mundo, sin hablar de lo que podemos ver en cuanto a guerras, terremotos, hambres o pestilencias. Como sea, parece ser hora de andar con la lámpara en la mano.

Pero en nuestro siglo de la electricidad, ¿qué significa espiritualmente lo que en esta parábola se menciona como lámpara? ¿Cuál aspecto de la vida quiere destacar el Espíritu Santo con este pequeño objeto?

Una cosa vemos de esta historia de las vírgenes: la lámpara está al alcance de la mano. Uno puede extenderse y asirla, aunque está claro que no es algo que “pertenezca a” o que esté “incorporada en” las vírgenes. No era parte de sus naturalezas. No era parte de su piel. La lámpara es un objeto aparte. Ser una de las vírgenes es una cosa; la lámpara es otra.

A la vez, agarrar la lámpara que es ofrecida, o no hacerlo, es algo voluntario. Nuestra parábola dice que las vírgenes tomaron sus lámparas; no fueron obligadas. Simplemente vieron la oscuridad que venía, y tomaron el utensilio apropiado. Cuando la oscuridad comienza a cubrir, tomar la lámpara depende de la voluntad de cada persona.

Soy yo quien decide si me esforzaré en agarrarla, o si saldré a caminar en medio de las tinieblas confiado en mi propia capacidad de “ver” en la noche.

Decíamos antes, que las vírgenes representan a la Iglesia, así que podemos considerar también que el tomar la lámpara —o no— queda a voluntad de los redimidos; cada hijo de Dios, redimido por la sangre del Cordero, tiene total libertad de agarrar la lámpara o de dejarla. Con todo, Dios asume que cada uno la tiene, pues dice:

“¡Estén vuestras lámpara encendidas!”.

Dos porciones de las Escrituras dicen luego lo siguiente: Salmo 119:105, "Tu palabra es lámpara a mis pies" y Proverbios 6:23,"El mandamiento es lámpara". Estos versículos nos dan a entender que la lámpara es una figura de la Palabra de Dios. El rey y profeta David reconoce delante de Dios: “Tu palabra...” y el sabio Salomón dice: “El mandamiento...”, refiriéndose ambos a la palabra de Dios.

SU PALABRA es la lámpara.

“-Me voy a comprar una Biblia, así puedo tener mi lámpara, ¿o tendré que memorizarla para decir que tengo una lámpara?”

Las Escrituras ciertamente han de ser escudriñadas y memorizadas cuanto se pueda; de ellas aprendemos gran parte de lo que el Señor nos quiere enseñar acerca de Sí mismo y acerca de Su Reino, y si las dejamos de lado, nos hacemos un daño personal muy grande. Pero comprarse una Biblia o aún memorizarla, no es tener una lámpara.

La lámpara de nuestra parábola era de arcilla y el primer paso para poseer una lámpara es conseguir la arcilla de la cantera. Leer las Escrituras, interiorizarnos de ellas y memorizarlas es como sacar esa arcilla de la montaña para llevársela al alfarero, para que con ella fabrique una lámpara. Sacar arcilla de la cantera y cargarla en un carro para llevarla a la casa del alfarero, no significa que tengo un carro cargado de lámparas. Es ser demasiado optimista. Apenas se está teniendo el material para empezar.

Por otro lado, no es solamente arcilla lo que se precisa. También hace falta agua para poder hacer la masa y finalmente, que el alfarero le dé forma. La masa, esa mezcla de arcilla y agua, no es sólo la palabra “leída” ni “estudiada”; tampoco la palabra “meditada”. La arcilla se ha mezclado con agua, y el agua es: mi aceptación, mi creer lo que leo. La masa es “la palabra creída”; la palabra que yo abrazo con mi fe. Es la arcilla (Su Palabra) unida al agua (mi aceptar esa Palabra) lo que el divino Alfarero toma en Su Mano para darle la forma necesaria y luego exponerla al calor del sol o del horno (la prueba de nuestra fe), de manera que la Palabra en mí y mi fe en ella lleguen a ser una sola cosa.

Fue la palabra de Dios que David abrazó con su fe la que se convirtió en lámpara para él. Por eso es que hay Escrituras que son lámparas para otros, y que no lo son aun para mí. Toda la Escritura no es lámpara para mí hoy; pero sí son lámpara aquellas porciones que mi fe ha abrazado. Por ejemplo: Yo puedo decir “La vida no consiste en los bienes que poseo”, y eso suena muy bien. Pero es cuando esa sentencia de Jesús (Lucas 12:15) se hace realidad para mí, porque mi fe la abrazó y aceptó vivir según ella, que esa Palabra se transforma en lámpara para mí.

“Mi vida no consiste en los bienes que poseo”, llega a mí primeramente de manera intelectual. Lo entiendo y lo acepto. Pero aún es solamente arcilla. Está sobre mi carro, sí, pero todavía no se puede colocar aceite dentro de ella. Se trata solamente de conocimiento en mi mente. Mas cuando el espíritu de esa Palabra halla lugar en mi ser, en mi corazón, y empiezo a hacer girar mi vida alrededor de esa Palabra, porque la creo, entonces ya se tiene una masa. El alfarero pondrá manos a la obra.

Sus manos de artesano darán la forma, y el calor del secado completará el trabajo, haciendo que el agua de la fe quede conformada a la Palabra y permanezcan unidas para siempre. De allí en más, mientras exista esa Palabra, existirá nuestra fe en ella, porque fielmente el Alfarero las ha mezclado. Después de estos procesos existe una lámpara.

Sin embargo, no todos tienen lámpara. Algunos ni saben que hay una montaña de la cual se puede sacar arcilla. Otros saben, pero no van a la cantera; las Escrituras no significan mucho para ellos. Otros van a la montaña y cargan arcilla en el carro, y hasta la llevan a la casa del alfarero en sus corazones, pero jamás la creen y no logra formarse la masa. Si ni siquiera hay masa, ¿sobre qué trabajará el Alfarero? Jamás existirá así una lámpara.

Lámpara es la Palabra de Dios que acepté en mi corazón y la he creído, y conforme a la cual acepto ser modelado bajo el calor del sol para andar según ella en obediencia.

Lámparas había de todas clases. En los museos de arqueología pueden verse algunas pequeñas y otras grandes y colgantes, como para iluminar una sala. En nuestra parábola, el modelo de lámpara era de las pequeñas, del tamaño de la palma de la mano. No eran de las grandes para iluminar salones, sino personales. Eran para alumbrar uno su propio camino. Lo característico que hemos de considerar de esta Escritura es justamente ese hecho: que son personales. Del tamaño suficiente para alumbrar alrededor de la persona y algo más, pero no son suficientes para iluminar a muchos. Cada uno debía tener su lámpara propia. La luz del vecino no alcanzaba. También su tamaño reclama un requisito: si deseamos que se mantenga funcionando, es necesario reponer el aceite más a menudo. El depósito es eficaz, pero pequeño. Sirve para algunas horas, nada más; luego su fuerza comienza a menguar, y si no se realimenta, se apaga.

“Tu Palabra, el mandamiento, es lámpara a mis pies”; es aquello que me permite ver por donde ir, donde pisar y donde no pisar. Su Palabra fue lámpara para David, para Salomón, y por supuesto debe serlo para cada uno de nosotros. Era personal para ellos, y la llenaban contínuamente. La lámpara que nosotros hemos de tener es igual. Sólo nuestra y de recarga constante. Pero una lámpara, ... no es solamente una lámpara.

Una lámpara puede ser colocada en el lugar más alto de la habitación y resplandecerá durante el día bajo algún rayo de sol. Y al caer la noche las tinieblas la cubrirán igual que a las demás cosas. Porque la lámpara misma —aunque parece ser fuente— no provee de luz; solamente la sostiene. Ella es solamente un envase, un depósito.

Nuestra manera popular de hablar saltea algunas cosas que a veces nos llevan a error, pues cuando decimos que tenemos una lámpara en la mano, no nos referimos al elemento “lámpara” exclusivamente, sino más bien al hecho de que no nos preocupa la oscuridad porque tenemos luz para ver por donde andar.Decimos “tenemos lámpara”, queriendo dar a entender que “tenemos luz”. Nuestro modo de hablar evita ciertas cosas, así que será mejor que profundizemos un poco.

En aquellas lámparas de la antigüedad, además del envase de arcilla y la luz existían también el aceite, la mecha y el fuego. Y como cada una de estas cosas es necesaria para proporcionar luz, nos conviene verlas con algún detalle a pesar de que en la parábola estos elementos no se mencionen específicamente.

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